Ya es una realidad: los coches son ‘ordenadores con ruedas’. Durante los últimos treinta años, la electrónica ha ganado terreno -de manera exponencial- en las entrañas de los automóviles.
En una primera fase, los fabricantes la emplearon para optimizar el funcionamiento de los mecanismos básicos: por ejemplo, la gestión de los parámetros del motor. Así, las unidades de control ECU monitorizan -en tiempo real- y modifican al instante aspectos como la mezcla ‘aire-gasolina’, los tiempos de apertura y cierre de las válvulas o el ciclo de encendido. Kilómetros de cables que sustituyeron a los tradicionales medios de reglaje.
En torno a la década de los noventa, las marcas añadieron aún más cable para otorgar nuevas funcionalidades. Novedosos sistemas de seguridad y comunicación permitían a los conductores viajar más seguros… y en contacto con su entorno.
Ahora -cuando los coches tienen más cables que elementos mecánicos-, el paso actual de la industria es el de otorgar al automóvil nuevas funciones… que reemplacen las tareas básicas de la conducción. Es el camino hacia la llamada ‘conducción autónoma’, en la cual el vehículo será capaz de gobernarse por sí mismo.
Una nueva veta de inversión
Este horizonte de automatización no es posible sin el empleo de la tecnología punta. En los últimos tiempos, hemos visto cómo cada vez más compañías del sector IT se interesaban por la automoción a través de múltiples proyectos. Incluso la ‘todopoderosa’ Google es ya la propietaria de Waymo, una empresa dedicada a servicios de movilidad que -además- sirve como ‘sujeto de pruebas’.
Esta apuesta de las ‘manos fuertes’ del sector es un claro indicio de un negocio con potencial. Y las cifras lo confirman. En 2019, el mercado global de las ayudas a la conducción estaba cifrado en unos 11,5 billones de dólares. El producto dominante -entre el periodo 2014-2019- fueron los radares de tipo ‘sensor’. Es decir, los que suelen -por ejemplo- formar parte de los sistemas de ayuda al aparcamiento.
Estos datos se desprenden de un reciente informe de la consultora P&S Intelligence. Dicha entidad aventura que, de aquí a 2030, el valor de este nuevo mercado crecerá hasta los 40,8 billones. El causante de este aumento se atribuye -según el documento- a la demanda de los radares de luz y alcance.
Más conocidos por el acrónimo LIDAR, estos dispositivos son imprescindibles para los vehículos autónomos. A diferencia de otros tipos de radar, el LIDAR es el único que puede percibir la luz que le rodea y utilizarla para calcular su distancia a cada objeto de su entorno. De esta manera, actúa como la ‘vista’ del vehículo… cuya precisión es mayor cuantos más de estos radares incorpora.
La consultora también considera como factor clave la reciente implicación de los gobiernos en la investigación y desarrollo de estas tecnologías. Por ejemplo, entre 2018 y 2019 la Administración Trump aseguró 160 millones en proyectos encaminados a determinar el grado de seguridad de los coches autónomos. Asimismo, menciona la asociación de la Dirección General de Tráfico española -en 2017- con Mobileye NV para la creación de infraestructuras y reglamentos de conducción automatizada.