Si en algo están de acuerdo todos los gurús de la movilidad -a lo largo y ancho del globo- es que ya no caben más coches en las calles. Dejando aparte el asunto de la contaminación -el cual está intrínsicamente relacionado-, lo cierto es que encontrar nuevas maneras de desplazamiento urbano se ha convertido en una de las prioridades de nuestro tiempo.
Y en honor a la verdad, toda la industria surgida en los últimos años alrededor de la cuestión nos agasaja con una oferta de posibilidades muy dispares. Entre ellas, una de las más extendidas es el uso de la bicicleta, bien sea en propiedad o a través de servicios de ‘bici sharing’. Esta modalidad triunfa en algunos países como Holanda, donde lleva décadas siendo el medio de locomoción dominante. Pero…
¿Es viable en nuestro país?
A decir verdad, los territorios llanos -como los mencionados Países Bajos, o su vecina Bélgica- permiten que un mayor número de personas utilicen este vehículo para sus trayectos diarios.
Sin embargo, no es el caso de España. En la Península Ibérica, alrededor de un 60% del terreno es montañoso. Por tanto, la orografía constituye el primer gran impedimento.
Y también hay que tener en cuenta cómo vemos la bicicleta. Tradicionalmente el ciclismo en nuestra tierra posee una vertiente más deportiva, relacionada con la conquista de la montaña tanto por carretera -ahí tenemos cada septiembre La Vuelta- como por el campo, territorio de las populares ‘mountain-bikes’. Por tanto, a nuestros ojos es más una máquina para realizar duros -y gratificantes- esfuerzos, que un medio de llegar al trabajo con puntualidad.
Dicho esto, cabe reconocer que en Madrid y Barcelona esta tendencia está cambiando lentamente desde este mismo año. La razón es harto conocida: las restricciones al tráfico más contaminante como consecuencia de las medidas antipolución que mantienen en vigor, como es el caso de Madrid Central.