La automoción está -ya, manifiestamente- lanzada hacia el paradigma de la electrificación. No en vano, encontrar un modelo con una motorización ‘libre’ de mecanismos de hibridación es una empresa que se complica por días.
Y es que, en un mercado que está cambiando a tales velocidades, la demanda de los consumidores aún necesitará un cierto tiempo para adaptar su foco. Dicha adaptación depende de los consumidores, pero no sería descabellado que aún tuviéramos que esperar unos años más para alcanzar el ‘reajuste’ que la industria -y las autoridades- pretenden.
Mientras ese momento llega -que llegará-, algunos fabricantes dedican parte de sus esfuerzos a conseguir que sus -últimos- propulsores de combustión rindan con la máxima eficiencia. En el caso del Grupo Volkswagen, parece que Audi será la encargada de esta tarea.
Por delante de las normativas
Habiendo dejado atrás los tiempos del ‘Dieselgate’, la firma de Ingolstadt trabaja bajo la constante presión de las nuevas normativas Euro 6d. Superarlas con un motor diésel implica limitar severamente las emisiones de dióxido de nitrógeno, hasta los 80 mg/km. Este límite no sería un problema en el caso de un propulsor pequeño, pero cuando necesitas algo más grande para impulsar tus ‘buques insignia’… la cosa cambia.

En el desarrollo de su nuevo V6 TDI, Audi ha reforzado el sistema de postratamiento de los gases mediante el empleo de catalizadores de mayor volumen. Entre las dos unidades catalíticas -una de ellas, instalada en la propia salida del turbocompresor- se sitúa el filtro de partículas.
El sistema permite, de este modo, acumular una buena cantidad de NOx mientras se inicia la fase de regeneración. Una vez en marcha esta última, la ECU del motor ordena un ligero enriquecimiento de la mezcla estratificada. Como resultado, se oxidan también los restos de carburante sin quemar, convirtiéndolos en dióxido de carbono y vapor.
Como complemento, el conocido ‘AdBlue’ -una solución acuosa de ácido úrico- se inyecta en dos puntos distintos del escape para neutralizar las pocas partículas de NOx que pudieran quedar. Mediante un proceso químico -acelerado por la variación de temperatura-, se reducen hasta expulsar nitrógeno puro e inofensivo por el silencioso.