Fernando Martos, Sevilla
Estoy un poco cansado de escuchar todas las desgracias que nos pueden suceder si no somos cuidadosos con nuestros datos.
De que nos afectarán ‘las siete plagas’ cada vez que rellenemos un formulario, nos demos de alta de una red social o enviemos un correo a una marca. Señores, mis datos por separado valdrían de algo si los demandase una persona concreta: un detective privado, mi exmujer o el cliente al que le debo dinero.
Sin embargo, la información que pongo en la web no deja de ser una gota de agua que arrastrará un torrente en forma de río para desembocar en el océano del Big Data. Y es ahí, junto con millones de datos de usuarios anónimos, donde cobrará importancia para elaborar macro-predicciones o estudios de amplio espectro. Y en esos escenarios, yo seré anónimo.
Seré como uno más de los miles a los que, por ejemplo, se les pregunta para un estudio demoscópico. No, amigos, no. Yo estoy encantado de dar mi información si a cambio puedo disfrutar de unos avances de los que mis padres o mis abuelos no pudieron ni imaginar.