No nos cansamos de decir -y de probar- que cada rama de la historia de la automoción tiene por raíz una emoción o pensamiento humano. Infinidad de automóviles, marcas, tecnologías y competiciones han surgido -y seguirán surgiendo- a partir de amistades, desencuentros, locuras o venganzas.
Comienzos muy dispares que terminan -de una manera u otra- llevando a los anales a aquellos que acepten el reto. Porque el ‘reto’ es, precisamente, el gran ‘motor’ de la automoción. Sólo quienes se han encontrado con él en sus vidas saben que se trata de esa oportunidad irrepetible que inmortalizará sus nombres. Y, ésa es otra: el reto es caprichoso, y siempre decide ante quién mostrarse.
A Maria Teresa de Filippis (1926-2016) se le apareció de forma inocente, como una provocación socarrona. Natural de Nápoles, procedía de una familia aristócrata con aficiones nada baratas: la equitación -de la cual era amazona practicante- y las carreras, pasatiempo favorito de su padre y hermanos.
Estos últimos llegarían, entre risas fraternales, a establecer una apuesta: Maria no sería capaz de soportar -por sí sola- los rigores de una carrera real. Ella, por toda respuesta, se limitó a dibujar a mano el número ‘8’ en dos hojas de papel… para pegarlas en las puertas de su Fiat 500 Topolino.
Días más tarde, completaba los 10 km de la Salerno-Cava dei Tirreni consiguiendo la segunda plaza en la clasificación general… y arrasando en su categoría, reservada a cilindradas hasta 500cc. Era 1948, tenía 22 años y un futuro trepidante se abría ante ella.
Una trayectoria para la eternidad
Diez años más tarde, de Filippis se encontraba -ni más ni menos- en la parrilla de salida de Spa-Francorchamps. Acompañándola, nombres como Stirling Moss, Graham Hill, Jack Brabham o Mike Hawthorn -quien se proclamaría campeón en ese mismo 1958-. Poco a poco, los ‘Grand Prix’ tradicionales se agrupaban en un campeonato que empezaba a conocerse como ‘Fórmula 1’.
Y así, mientras el ‘Gran Circo’ aún no terminaba de montar su carpa, el reto volvió a presentarse: Maria sacó lo mejor de sí misma, y cruzó la meta en décima posición. Convirtiéndose, con ello, no sólo en la primera mujer participante en esta especialidad, sino también en la primera en completar una carrera.

Aquello sirvió, además, para hacer ver a los responsables de Maserati el terrible error que habían cometido al no apostar por ella en el momento de la verdad. Y es que, en una mueca burlona del destino, la napolitana había firmado su gesta al volante del mismo 250 F que hiciera campeón el año anterior a su amigo, ‘un tal’ Juan Manuel Fangio.
“Nadie nació sabiendo”, decía el astro argentino. Y de Filippis no fue la excepción: antes de aquel trato frustrado con la marca del tridente, se había especializado en carreras de larga distancia como las 12 Horas de Pescara -victoria, con un O.S.C.A. 1.100- o la Catania-Etna, donde con un Maserati 2000 A6GCS volvió a ganar… y dejó un récord que tardó tres años en batirse.
Fuerte en las dificultades
Estos momentos de gloria se alternaron con otros de máximo riesgo. Como era norma en la época, Maria se vio involucrada en un gran número de accidentes en pista. Tras la mayoría de ellos, pudo salir del coche por su propio pie. Unos pocos, en cambio, le dejarían secuelas vitalicias como -por ejemplo- una sordera cuasi total en el oído izquierdo.
Finalmente, su subcampeonato nacional italiano de 1954 le abriría las puertas de la categoría reina… y de un mundillo que no terminaba de querer valorar sus conquistas. Prueba de ello es el Gran Premio de Reims de 1958. Además de presenciar la muerte de su gran amigo Luigi Musso, tuvo que soportar el desdén de unos organizadores que rechazaron su participación. Básicamente, le dijeron que “el único casco que debía ponerse era el de la peluquería”.
A pesar de lo anterior, Maria siempre pudo contar con aliados que la apoyaran en su trayectoria. Uno de ellos fue el también piloto Jean Behra, quien -con objeto de animarla a seguir corriendo- llegó a preparar un Porsche RSK a su medida. Lamentablemente, apenas llegaría a estrenarlo: después de cedérselo al propio Behra para correr el GP de Avus, el francés sufrió un accidente que terminó con su vida.
Profundamente apenada, de Filippis decidió retirarse de la competición a los 33 años. Al fin y al cabo, frente a una Fórmula 1 sin medidas de seguridad adecuadas, había dejado bien patentes sus capacidades. Capacidades que le permitieron demostrar que, en las carreras, toda diferencia desaparece cuando arrancan los motores.