Los amigos de la historia y la competición automovilística recordaremos el 12 de abril de 2020, incluso más que el coronavirus y el confinamiento. Aquel día, todavía no lo suficientemente lejano, nos dejó un piloto. Pero no uno cualquiera: Stirling Moss, el último de los auténticos caballeros del volante. El último de aquellos que admiraban a sus rivales más que a sí mismos.
Y es que Moss no puede ser definido de mejor manera que con un momento. En agosto de 1958, el ‘Gran Circo’ de la Fórmula 1 se trasladó a Estoril para el Gran Premio de Portugal. Moss llegaba como el hombre a batir, en dura pugna con la estrella de Ferrari Mike Hawthorn. La carrera terminó con la victoria de Moss, ocupando Hawthorn un segundo puesto que no disfrutó, pues los comisarios decidieron descalificarle a raíz de un incidente.
A esas alturas del calendario, la coyuntura hubiese permitido a Moss meterse casi el Campeonato del Mundo en el bolsillo. Sin embargo, su conciencia -el material del que están hechos los hombres, dicen- le empujó a demostrar la inocencia de su compatriota, con la fuerza de la razón. Los comisarios deportivos se la dieron, y aquellos puntos -irónicamente- influyeron decisivamente: a pesar de haber ganado cuatro carreras… perdió el título por un sólo punto al finalizar la temporada.
La montura de un caballero
Desde su retirada de la competición activa, Stirling Moss fue una figura habitual en los grandes eventos del motor. Y, en 2016, cedió su nombre para la edición limitada de una máquina muy especial. Una que -como él- se regía por preceptos de otra época: el Lister Knobbly Continuation.

El ahora preparador de Jaguar mantiene en su catálogo esta auténtica ‘cápsula del tiempo’. Se construye exclusivamente por encargo -como buena exquisitez ‘british’- e imita -detalle a detalle- al Lister Knobbly original de finales de los cincuenta, uno de los más afamados ‘Sport Prototipos‘ de su tiempo.
Todo comienza con un intrincado chasis de tubos de aluminio -la configuración que, entonces, otorgaba mayor ligereza-, sobre el cual descansan los paneles de la carrocería, algunos también en aluminio y otros en magnesio.
Este último material se empleaba en la época -a falta de titanio- debido a su buena combinación entre poco peso y gran resistencia. No obstante, su facilidad para inflamarse obligaría a los ingenieros -tras toda una saga de horribles accidentes- a planificar su uso con sumo cuidado.
Por último, el motor -a la tradición de Lister– se instalaba delante. Para cuidar la buena relación ‘peso-potencia’, el Knobbly equipaba un seis cilindros en línea procedente del Jaguar XK. Con 306 CV de potencia para sólo 900 kilos de peso, no tenía demasiados problemas en alcanzar los 275 km/h de velocidad máxima.
Como curiosidad, Carroll Shelby -gran amante de los deportivos ingleses- importó tres Knobblys entre 1957 y 1958, y los dotó con un propulsor ‘de la tierra’: un V8 de 327 pulgadas cúbicas y 350 CV procedente del Chevrolet Corvette. Y, además, se las apañó para aligerar aún más el vehículo, hasta los 820 kilos.