Lo cierto es que, en nuestro país, la década de los noventa arrancó con sumo optimismo. Con la ígnea flecha de Antonio Rebollo, prendió una llama de alegría generalizada y espíritu deportivo que sacó lo mejor de nosotros. Cómo sería la cosa que, hasta no hace mucho, algún que otro anuncio todavía recordaba con nostalgia este pasaje de nuestra historia contemporánea.
Considerados entre los mejores de la Historia, los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92 certificaron -casi oficialmente- nuestra entrada en el club de las naciones modernas. El clima de entusiasmo -del cual también participaba la Expo de Sevilla- motivaba a nuestros deportistas, era ‘contagioso’ a pie de calle… y, también, logró implicar a las grandes compañías.
En el caso de Seat, ésta echó ‘la casa por la ventana’. La cita olímpica coincidió con el reciente lanzamiento del Toledo, su primer modelo bajo la tutela del Grupo Volkswagen. Aprovechando la plataforma del Golf II, los de Martorell crearon una berlina de tres volúmenes -muy al gusto de entonces- que terminaría por convertirse en un éxito de ventas.
Un coche para una maratón
Posiblemente, buena parte de ese éxito se debiera al hecho de que el Toledo estaba por todas partes en la Villa Olímpica. La firma cedió cerca de 2.000 vehículos a la organización para facilitar la movilidad de atletas, técnicos y periodistas.

Pero el apoyo no terminó ahí: Seat creó una edición muy especial del Toledo. Denominada ‘Podium’, era un obsequio para los atletas nacionales que hubiesen conseguido una medalla de oro.
Poseía un lujoso interior -tapizado por completo en piel- y repleto de detalles en madera. Incluso ofrecía una tecnología de conectividad, en la forma de un radioteléfono -con fax- oculto en un reposabrazos entre los asientos delanteros.

Conforme se fue acercando el momento de la maratón -una de las ‘pruebas cumbre’ de los JJ OO-, Seat se preparó para colocar al Toledo en el papel de ‘coche director’. Sólo había un -pequeño- problema: quizá, a los corredores no les haría demasiada ‘gracia’ respirar el humo de su escape…
Por ello, la marca construyó un Toledo eléctrico ‘ex profeso’. Para lograr la autonomía necesaria -unos 65 km-, fue preciso instalar un grupo de baterías de ¡500 kg! Aquello era, prácticamente, la mitad de lo que pesaba el propio coche. Al menos, esta improvisada variante ‘eco’ cumplió su objetivo, y no hizo falta descubrir su parrilla delantera para enchufarlo a un cargador.