A día de hoy, es mucho más común -o necesariamente admisible: apenas queda ‘sangre azul’ en la Tierra- ver cómo miembros de la realeza contraen matrimonio con personas ‘del pueblo llano’. Pero, cuando Raniero III de Mónaco escogió a la actriz estadounidense Grace Kelly para dar el paso, corrían los años cincuenta. Y el mundo -o lo que fue entonces- era un lugar mucho más serio y firme en sus tradiciones.
Y, sin embargo, con su clase y su ‘saber estar’ -cualidades en peligro de extinción hoy-, la estrella del cine logró ganarse la legitimidad necesaria para abandonar el celuloide y convertirse en Alteza Serenísima. Un título que parecía perfilado para ella.
Pero ahí no acabó la entrega de Gracia de Mónaco para con su Principado. No pocos historiadores afirman que su presencia contribuyó a crear la imagen ‘glamurosa’ monegasca que aún perdura en nuestros días. Quienes opinan así también sostienen que supuso la apertura de la ‘ciudad-estado’ al turismo de lujo, una prolífica ‘industria’ que evitó la siempre amenazante anexión por parte de Francia.
La gracia del felino
Suele suceder que los personajes públicos acostumbran a tener curiosos ‘placeres inconfesables’, los cuales funcionan para ellos como ‘válvulas de escape’ cuando no pueden soportar el ‘calor’ de los focos. El de Grace Kelly -al igual que otras ‘celebrities’– era conducir sin rumbo.
Así, sin más, la princesa consorte solía prescindir de sus chóferes y tomar ella misma el volante. Tal costumbre formaría parte del accidente que le costaría la vida en 1982… pero, antes de ese fatídico momento, dejó una gran colección de anécdotas y fotografías. Muchas de estas últimas, protagonizadas por sus dos posesiones más preciadas: sus Jaguar.

El primero de ellos -una berlina MkII– fue, por mucho tiempo, el ‘carruaje’ que la acompañaba en todos sus actos oficiales y apariciones sociales. En su cómoda butaca posterior encontraba el reposo antes -y después- de la agotadora jornada. Y, en el ronroneo de los seis cilindros de su 3.8, hallaba la serenidad que necesitaba para brindar su mejor sonrisa.
Pero, sin duda, sería su E-Type descapotable el que llegaría a convertirse poco menos que en su ‘amante de metal’. Un ‘Gran Turismo’ que podía alejarla tanto como quisiera de las frivolidades palaciegas. Y, sobre todo, capaz de ocultar con la belleza de su diseño la propia de su dueña. En definitiva, la auténtica ‘pareja perfecta’.