Por tópico que parezca, una sociedad no cambia jamás «de la noche a la mañana». Mucho antes de que ese cambio sea perceptible para todos, múltiples agentes de todo tipo -también empresas y marcas, como las de coches- analizan concienzudamente el entorno para visualizar las claves del mismo.
El objetivo de este ‘trabajo de campo’ no es otro que el de prepararse para recibirlo. No en vano, las transformaciones sociales vienen a ser un ‘oleaje’ que golpeará -y arrasará- a todas aquellas entidades que no estén listas.
Algo así pudo haberle ocurrido a Mercedes-Benz a principios de los ochenta. Hasta aquel entonces, la firma de la estrella gozaba de un prestigio a prueba de bomba gracias a sus berlinas. Además, el lápiz de Bruno Sacco se encontraba en plena explosión creativa, firmando máquinas como el 190: el sedán más compacto que la marca se había atrevido a producir en toda su historia.
Y, sin embargo, no era suficiente. Las tendencias de consumo de entonces revelaban que el uso del automóvil en las grandes urbes estaba a punto de rebasar todos los límites concebibles. Empezaba a perfilarse un ‘conductor-tipo’ que pasaba la mayor parte del tiempo atascado en embotellamientos. Y lo hacía, además, al volante de un coche que apenas aprovechaba, pues solía conducir en solitario.
Por el camino de ‘Smart’
El futuro sería, pues, patrimonio de vehículos muy pequeños que -como añadido- debían de contaminar mucho menos que los presentes. Para los de Stuttgart -que jamás habían ideado nada que midiera menos de cuatro metros- suponía una salida de su ‘zona de confort’. Pero, sabedores de que el tiempo terminaría por imponer su razón, decidieron no perder un minuto… y entregarse a la tarea.

El resultado vio la luz en 1982, bajo la forma del NAFA Concept. Este singular acrónimo venía a significar -en alemán- «automóvil para recorridos cortos». Medía unos 2,5 metros de longitud por 1,50 de altura, lo cual le confería una forma de ‘cajón’ muy pensada para aprovechar los huecos más pequeños. Otra medida ideada para estacionamientos ‘apretados’ era la puerta del conductor, cuya apertura deslizante facilitaba enormemente la entrada y la salida.
A pesar de su frágil apariencia, el chasis formaba -en realidad- una ‘jaula’ de acero en torno al habitáculo, sobre la cual se ensamblaban los paneles de la carrocería en plástico. Esta ‘célula de seguridad’ llegaría a convertirse en la base de otro vehículo que sí llegaría a la producción tiempo más tarde: el primer Smart.

Dentro, dos únicos asientos -firmados por Recaro, eso sí- acogían a piloto y copiloto, en un entorno diáfano que sólo renunciaba a un privilegio: el de bajar las ventanillas. De ahí que fuera imperativo utilizar correctamente el aire acondicionado en los días de temperaturas extremas…
Como es evidente, el NAFA Concept no llegó a los concesionarios. Pero, con él, la propia Mercedes se demostró a sí misma que no habían perdido el tiempo que les costó desarrollarlo. Y es que, a día de hoy, su mayor volumen de ventas pertenece a sus carrocerías más pequeñas: las Clases A y B.